
Al fin un libro escrito como a mí me gusta, con un personaje de los que a mí me gustan y una historia de las que a mí me gustan. Quédense con sus novelitas modernas, Conrad es el dilecto de mi corazón. Absténganse de leer El pirata los necios y los que no puedan comprender lo que es la duda interior sobre el poder de uno mismo o lo que significa, después de andar con el alma desheredada vagando por el mundo, volver al lugar de origen, ése del que nunca nos recuperamos y, sobre todo, absténganse los ciegos de corazón y aquéllos a los que no les gusten los barquitos de cualquier clase.
Por El pirata hay que ir avanzando como a tientas y además deslumbrados, sin saber adónde nos dirigimos pero sospechando la tela de araña deliciosa y desequilibradora que nos va tejiendo Joseph Conrad alrededor.
Peyrol es uno de esos personajes que me hubiese gustado tener de abuelo o tío abuelo, con esa vida de Hermano de la Costa alias pirata y de artillero de la Armada a su pesar sin tiempo para armar familias pero sí para volver al cabo de los años presa de sus orígenes de pies a cabeza cargando un baúl de sándalo y un chaleco de hule forrado con monedas de oro de todas las procedencias. Claro que después de tanto rodar se te quitan las ganas de tratar con nadie ni de contar aventuras rocambolescas, doy fe.
Peyrol tiene sus propias ideas sobre todas las cosas, incluida la Revolución Francesa que lo saca de su vida montaraz y un punto de desprecio universal que actúa siempre como un maravilloso sedante en la extraña mezcla que constituye lo que podía llamarse su alma. Y sobre todas las cosas, para Peyrol lo que cuenta es la libertad de no depender de nadie y por eso se lleva fatal con la autoridad instaurada, la de las charreteras, y no el jefe natural que elige el grupo. Qué marino excelente, lo dice hasta su enemigo inglés. De pirata pasa a artillero y lo envían a Francia al gobierno de un barco apresado.
Cuando llega aprovecha para volver a su tierra natal, un lugar perdido en el monte provenzal que dejó cuarenta años antes, a la orilla del mar meridional. ¿Y qué conmueve a este señor inconmovible, curtido en el asalvajados combates en el Índico, en Asia y en África? Su tierra natal, una muchacha y el deber, lo que él concibe como el deber, claro. Lo que me gusta de los personajes de Conrad es que se confeccionan su propio código para regirse, que hacen de la soledad una escafandra contra el mundo, que pasan por cualquier cabo despeinándose mucho pero manteniendo el tipo, que siempre tienen un pie en el estribo, o más bien, en el pantalán. El pirata Peyrol instalado mar adentro sólo puede dormir después de mirar el cielo estrellado por sus tres ventanas y pensar que nada hay en el mundo que me impida hacerme a la mar en menos de una hora. Porque quedarse, para Peyrol, es decidir no irse.
Mi personaje favorito II de El pirata es Michel, el lisiado, porque es el más señor de todos, incluso más que el capitán inglés. Gran momento: cuando el sane-culotte dice que tendrían que haber matado a más gente en la Revolución.
Por fuera del libro:
Conrad se hizo escritor a los 36 años, cuando dejó el mar por mala salud, por inclinación y por hartazgo. La primera vez que se embarcó fue a los 16 años. Sobre el papel las vidas vagabundas siempre parecen más heroicas y interesantes, así que me imagino que Józef Teodor Konrad Korzeniowski, que si se embarcó no fue por necesidad sino por gusto, decidió que era mejor contar historias sentado en un silloncito inglés que vivirlas mundo arriba, mundo abajo.
Habré dicho muchas veces que es mejor no conocer las vidas verdaderas de los escritores que nos gustan, así que os ahorro la verdad sobre Conrad, y que quede en nuestra mente la leyenda del marino incansable tocado por el genio literario y no la biografía del cachorro aristocrático encaprichado del mar que no nos sirve de nada saber, más que para disgustarnos.
El pirata es el último libro que se publicó mientras José Teodoro Conrad estaba vivo, en 1922 (me gusta repetir su nombre porque así se llama también mi señor padre). Dejó uno sin terminar, Suspense.
El epitafio que hay sobre su tumba de Canterbury, son los versos de Spenser que encabezan El pirata:
Sleep after toyle, port after stormie seas,
Ease after warre, death after life, doth greatly please.
El pirata: Joseph Conrad

Al fin un libro escrito como a mí me gusta, con un personaje de los que a mí me gustan y una historia de las que a mí me gustan. Quédense con sus novelitas modernas, Conrad es el dilecto de mi corazón. Absténganse de leer El pirata los necios y los que no puedan comprender lo que es la duda interior sobre el poder de uno mismo o lo que significa, después de andar con el alma desheredada vagando por el mundo, volver al lugar de origen, ése del que nunca nos recuperamos y, sobre todo, absténganse los ciegos de corazón y aquéllos a los que no les gusten los barquitos de cualquier clase.
4