
Mientras la gente llamémosla normal hace sus cosas de gente normal y tiene sus horarios y cuelga sus cortinas, hay otros mundos de gente que pasa el día haciendo cosas más inesperadas como, mientras toma ginebra con hielo, zumo de limón y agua de Seltz al mediodía o con vermouth y amargo de naranjas por la noche, asesinar a sus semejantes y amañar combates de boxeo.
De gente que sustituye con bourbon las comidas y las siestas y sabe de qué calibre es la pistola del vecino está lleno Cosecha roja, un libro de ésos de leer la primera frase y darte cuenta tres horas más tarde de que llegó la madrugada y tienes los dedos de los pies encogidos de la tensión.
En Cosecha roja todo el mundo es malvado y perverso y las muertes y los disparos pasan muy deprisa. Hasta el que decide limpiar la ciudad de hampones (el agente de la Continental de nombre cambiante que para mí siempre tiene el aspecto de Orson Welles en Sed de mal), lo hace porque le tocaron las narices y porque le agarra el gusto al crimen y no por moralidad. Su método de trabajo de participar en la criminalidad hasta hacerla estallar por los aires desde el por dentro y aún así sostener un férreo sistema moral es lo que hace grande al personaje y a Cosecha roja, que fue el primer libro que publicó Hammett allá por el 29. No somos nadie, ya dentro de nada hace un siglo.
De Dashiell Hammett, además de todo y de sus diálogos gloriosos (ese encanto del ingenio gansgteril démodé sobre todo porque nadie dialoga o dialogó jamás así), me gusta su manera de describir a la gente con ojo clínico de detective (las orejas se le despegaban como alitas rojas), generalmente con tres frases, la primera sobre cosas peculiares que tenga el interfecto en la cara, la segunda sobre su manera de llevar la ropa y la tercera cualquier cosa que funcione como un mascazo inesperado, alguna característica que no te sirve para nada saber y sin embargo es como conocer el color y el diseño de la corbata del príncipe de Gales: superfluo pero certero para crearte ambientes imaginarios.
Por fuera del libro:
Si de relaciones turbulentas está la literatura llena, la de Dashiell Hammett y Lilian Hellman se lleva medalla y diploma. Ruidosos, creadores de escándalos, desfasados y atormentados, se hicieron sufrir y se quisieron y crearon cada uno su obra por separado durante treinta años. La de Hellman, obras de teatro y libros de memorias cambiadas tomo tras tomo (de ella dijeron que todo lo que escribía era mentira, hasta las y y los artículos). La de Hammett, novela negra tomada en serio por los escritores serios.
Otra novela de Hammett pasada por las manos de otra pareja literaria diametralmente opuesta a Hammett/Hellman por lo chispeante, discreto, amable y bien allegado, Albert Hackett y Frances Goodrich, salió The thin man, una de mis películas predilectas. Es curioso cómo el amor según se lo maneje etcétera. Pero otro día hablamos de Nick y Nora Charles.